–En este momento de la vida ¿qué significado puede tener la habilidad de escribir poesía?
R.- Me gusta visionar a la escritura poética como una vía creativa de resignificar procesos tanto íntimos como colectivos donde el lenguaje es el faro para acceder a recónditos lugares.
La poesía como un laboratorio donde ocurren diversas e inesperadas reacciones químicas que hacen que las sustancias combinadas (palabras) encarnen un crisol que es capaz de alterar/modificar la esencia de quien tome su contenido (nunca se sabe de qué manera).
Escribir provoca ese lugar central que Kavafis ya nos presagiaba, donde se puede lograr un estado catártico y situar al vértigo que implica el camino de la existencia (o su desmoronamiento) en una forma de combatir al desahucio y la alienación.
–¿La poesía puede transformar nuestro entorno social y cómo lo haría?
R.- Estamos en un continuo exilio y reencuentro a través del lenguaje, es nuestra Torre de Babel. Así como el pivote relacional humano.
La poesía, en ese sentido, tiene un componente restaurador, tal como el mítico Shiva ejecuta una danza de destrucción-creación, es tesis y antítesis en sí misma, de lo descompuesto puede producir un organismo no solo estético sino recalibraste para nominar situaciones de emergencia, de crisis humanitaria, de demanda social respecto a las contingencias que las realidades globales y particulares proyectan y a su vez quedar imperecedera en los anillos del tiempo; porque la palabra edifica mundos alternos posibles (e imposibles).
En medio de un planeta en incertidumbre encubierto por amnesia histórica y acelerada turbulencia virtual apelo a la existencia poética que en tiempos distópicos se convierte de alguna manera en un asidero que alberga a lo mutilado y le proporciona nuevos miembros, o simplemente le da cobijo o una urna donde coexistir con la vida y la muerte de forma simultánea.
–¿De qué forma se puede enseñar poesía a la gente?
R.- Me parece que cada quien encarna la poesía de diversas formas, no solo está albergada en el formato literario sino sobre todo en la propia «vivencia poética».
En ese sentido no existe la «enseñanza» sino el descubrimiento, la convergencia, la experimentación de la amplitud que la urdimbre de la poesía otorga.
–¿Cómo hacer que la gente lea poesía sin obligación?
R.- Desde el mismo respeto a esa libertad de encuentro con la lectura. Precisa ser algo o seductor o disruptivo (hay algo de Eros y/o Thanatos siempre presente en el acto de descubrir).
En el proceso de hacer <poiesis> o de acercarse a la lectura como tal ya existe una designación de potencia transformadora, de sustancia que acertadamente suministrada nos acerca a abrir un mundo imaginal que precisa ser emergente de deseo para ser digerido.
–¿Qué sientes al ingresar a alguna librería? ¿Puedes describirlo en cuatro palabras?
R.- Revelación Deleite Viaje Akasha
–¿Cuál es el libro de poesía que has leído más de 9 veces sin haberlo entendido y solo gozado por leerlo?
R.- Un libro para mí excepcional y de eterno retorno sobre el mito poético y sus fuentes matriciales es «La Diosa Blanca» de Robert Graves, que se compone de una transversalización casi arqueológica en torno a la sustancia magna de la inspiración: lo sagrado.
Y, definitivamente, el libro (no de poesía como tal pero si de anclaje poético) al que vuelvo constantemente es el «El lobo estepario» de Hesse que siempre tiene nuevas re interpretaciones para entregar, a veces me ha llevado a grandes sitios existenciales, otras a un surrealismo casi absurdo y a una gran contrastación en relación a la soledad y sus escaleras.
Todos los espacios narrativos de los que se compone (pasando por el Tractat hasta el «Teatro mágico. Solo para locos») son como una maraña de sentidos alternos que no deja de ser sorpresiva tras cada puerta que emancipa (y el momento histórico propio en el que vuelve a ser leído).
Micaela Mendoza Hägglund (La Paz, 1981). Es la hija de Odín que fue abandonada en este páramo altiplánico y amazónico. Boliviana-sueca. Es barda, psicóloga traspersonal, musicoterapeuta, y suerte de alquimista verbal. Su primer poemario fue Lo mágico sombrío (Editorial Pasanaku, 2010). Hace parte del grupo literario “Letras transgresoras” de Sucre, creadora del fanzine ecofeminista “Felinas”. Lanza en 2016 el disco musical y poético sonoro Éter junto al proyecto Mandala. El libro Áticos sonoros” (Editorial 3600) es condecorado como I Premio Nacional de poesía “Ópera Prima” 2018 por la Cámara del Libro de Santa Cruz en Bolivia. Su poemario Sahumerium es seleccionado por la Secretaría de Turismo y Cultura del Gobierno Municipal de Sucre para su publicación (2020). Su última producción es un libro-baraja escrito a junto a Adriana Romero (México): Poemancias (Perro negro, 2020). Ha participado en festivales, publicaciones y antologías de poesía nacionales e internacionales en Bolivia, México, Chile, República Dominicana, Reino Unido, Argentina, Costa Rica, Colombia, Perú, Turquía y Egipto. Siendo también parte integrante del colectivo de escritoras de la plataforma literaria “Liberoamericanas” y su respectiva antología.
(jcrquiroga)
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